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jueves, 23 de enero de 2014

Una historia con sabor a durazno

Las calles de Ciudad del Este están cargadas de emociones contradictorias. Todo se mueve muy rápido. La gente camina siempre de prisa. Otros permanecen sentados, esperando, como si el tiempo no existiera.

Preguntas movilizadoras. Justamente, aquellas interrogantes que interpelan la realidad, me llevaron al centro de la ciudad, esa calurosa mañana de martes. Con la idea de recabar opiniones, empecé mi recorrido periodístico buscando alguna mirada cómplice, que accediera a responder.

Me crucé con un humilde vendedor de frutas. Estaba a punto de vender una docena de bananas cuando me acerqué con el micrófono y el cliente huyó despavorido. Me sentí mal de haber espantado con mi inofensivo elemento de trabajo al comprador. “¡Con lo difíciles que están las cosas en el centro y yo causando perjuicios a un trabajador!”, pensé.

El vendedor de frutas sonrió y accedió al pequeño sondeo que pretendía iniciar. “¿Cuál es el futuro de Ciudad del Este?”, le pregunté. Me dijo textualmente: “que el presidente se preocupe en serio por los pobres y no sólo por el bienestar de los ricos. Que haya trabajo para todos y no sólo planes para beneficiar a los empresarios”. Y entonces rogué que sus palabras no sean un grito en el desierto. Le di las gracias por responder ante la cámara y al despedirme, me regaló un durazno.  

Me impresionó una vez más la generosidad de quien nada yo esperaba. No tenía un bolso, así que con el durazno en una mano y el micrófono en la otra, continué el recorrido con mi compañero, cámara al hombro.

Seguimos formulando la pregunta, que no fue bienvenida en todas partes: ¿Cuál es el futuro de Ciudad del Este? Algunos prefirieron no hablar y pude notar cómo el peso de la decepción aplastó su esperanza. Otras personas optaron por expresar lo primero que les vino a la mente, sin pensar demasiado. Pero siempre existen aquellos, que al parecer, esperan la oportunidad de hablar y sentirse escuchados, como si pudieran liberar quebrantos atascados en la garganta.

Finalizamos el recorrido por las calles turbulentas y ardientes. Yo seguía con el durazno en la mano. La fruta fue testigo y compañera de caminata. Pensaba comerla como postre después del almuerzo. Esperábamos regresar al canal, cuando se nos acercaron dos niños, con la intención de vendernos sus caramelos. No tenía dinero. Uno de ellos, vio el durazno y me pidió. No dudé en dárselo y lo tomó con alegría. El otro niño, también lo quería y se inició una puja, hasta que decidieron compartir. Al verlos, pude notar que devoraron juntos la fruta como si fuese el primer alimento del día.

El durazno llegó a mis manos como un regalo y mantuvo su esencia. Recorrí las calles con la fruta que finalmente, sació el hambre de esos niños trabajadores. Son esas pequeñas cosas las que me hacen pensar que no todo está perdido, porque más allá de la crisis y la pobreza, siempre se puede ayudar. Entonces me sigo preguntando… ¿Cuál es el futuro de Ciudad del Este?