Hay días en los que dimensiono el paso del tiempo, tomo
conciencia de aquello que fui y que ya no soy. Valoro cada etapa de mi vida y
las personas que encontré en el camino. Sin ellas, nada sería.
Sólo el presente es real. Aun cuando mucho quedó en el
pasado, hay canciones cargadas de recuerdos, que suenan hoy y me refrescan la
memoria. Las huellas del ayer están ahí, algunas visibles, otras ocultas.
La magia de la música me permite revivir. Si bien
la nostalgia me visita de vez en cuando, no le doy demasiadas atribuciones.
Aprendo a relacionarme con el tiempo y a administrar mis experiencias.
El invierno se fue y llegó la primavera. Supongo que llegó
el momento de salir al sol y disfrutar de la vida. Los días de encierro
pasaron. Es tiempo de renovación.
Y así como los árboles y todo el ambiente se transforma con
las estaciones, puedo notar también ese cambio dentro de mí. Sensibilidad a
flor de piel.
Disfruto la inestabilidad. Lo confieso. ¡Qué aburrido sería estar
siempre igual! Me declaro inestable, irremediablemente, para bien o para mal. Mis
estados de ánimo son señales del cambio, de la metamorfosis permanente.
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